Untitled Document

Conocer a Dios Personalmente

El Mensaje Cristiano al Mundo de Islam

Por John Gilchrist

 

Introducción: ¿Fe Verdadera o Monoteísmo Formal?

Los cristianos y Los musulmanes tienen muchas cosas en común.  Creen en un Dios, adoran en santuarios sagrados (iglesias y mezquitas), tienen calendarios religiosos anuales similares (La Navidad, El Viernes Santo y La Pascua para cristianos, Eid ul-Fitr, Eid ul-Adha, Laylatu’I Mir’aj y Laylatu’l Qdr para musulmanes), y apartan un día por semana para celebrar un culto principal para la comunidad (domingo y viernes respectivamente).  Por lo externo, ambas religiones pueden parecer muy similares.  Sus cultos pueden ser muy formales y repetitivos.  El Muslim salat en particular sigue la misma forma día por día, año por año, decenio por decenio sin variación.  El adhan, la llamada a la oración, no cambia nunca.  La peregrinación hajj hace perpetua una secuencia de prácticas religiosas que han sido observadas sin cambio por catorce siglos.  Muchas iglesias cristianas no son diferentes.  Muchos sacerdotes católicos y ortodoxos cantan las mismas oraciones prescritas semana por semana, como lo hacen los imames musulmanes.

Hace unos años que una mujer musulmana me dijo: “Cada vez que voy al cementerio, miro todas las tumbas de musulmanes a un lado y las tumbas cristianas al otro, y me dijo, ‘¿Cual es la diferencia?’”  Bien, si buscas a los vivos entre los muertos, probablemente no hallaras mucho.  El Judaísmo no es muy diferente.  Todos los tres monoteísmos han transformado sus sistemas religiosos, andando en círculos cuando vuelven cada año a las mismas rutinas, ceremonias y días sagrados, todos basados en la conformidad externa y la adoración formal.  Un tendero musulmán en Jerusalén dijo una vez: “Hay solo tres grandes negocios en Jerusalén.  Uno colecta dinero los viernes, el segundo los sábados, y el tercero los domingos.”  (La cita es del video Discovery Jerusalén: Ciudad del Cielo.)

El monoteísmo formal.  ¿Es esto de veras lo que Dios quiere?  ¿Una esclavitud a ceremonias repetitivas por nuestra vidas enteras?  Un versículo de la Biblia muestra que monótono y sin sentido esto puede ser.  Voy recalcar las palabras más importantes para subrayar el punto: “Y ciertamente todo sacerdote presenta cada día ministrando y ofreciendo muchas veces los mismos sacrificios, que nunca pueden quitar los pecados” (Hebreos 10:11).  La ironía es obvia cuando Ud. compara las repeticiones con su incapacidad de lograr algo: cada día—repetidas veces—lo mismo— ¡mas nunca eficaz!

El Islam pone un énfasis tremendo en la adoración formal y repetitiva.  No hay espacio para la oración o la alabanza espontánea mientras se realiza cada raka’ah.  Un verdadero musulmán no solo lleva una barba, pero la recortara según la sunnah de Mahoma.  Debe llevar una gorra de calavera mientras ora en la mezquita.  Debe quitarse los zapatos.  Siempre debe seguir las mismas movimientos en lavarse antes (wudhu), en obediencia al interdicto del Qur’an: “Lávense sus rostros, y sus manos a los codos, y limpien sus cabezas y sus pies a sus tobillos” (Surah 5:6).  Cada ruku (reverencia) y sajdah (postración) debe hacerse junto con los otros miembros del culto que están presentes, en el mismo modo, al mismo tiempo, cada día.  Durante el qa’dah (la posición sentada) el mismo taslim debe ser recitado cuando cada persona pasa la salutación a la izquierda y a la derecha.  No se permite alguna variación de esta ceremonia a ningún tiempo.

El Islam reclama que solo repite la religión original de someterse a Dios que todos los profetas previos siguieron e impusieron. El Qu’ran dice que vino solo como un tasdiq, una ‘confirmación’ de lo que fue antes (Surah 10:37), y no como una nueva forma de religión.  Si es así, la verdadera religión de Dios siempre debe haber enfocado a someterse a El de manera formal y repetitiva, el homenaje de un siervo a un maestro divino que no puede ser conocido personalmente ni amado por quien es de veras.

La Biblia pinta un cuadro muy diferente.  No ve la religión de Dios como siempre la misma, solo una conformidad a modelos exactos de culto que nunca cambiaron ni cambiaran.  Cuando cubre la historia de la relación de Dios con Su gente, muestra una progresión y expansión cuando Dios se acerca más y más a Su gente, y termina con un colmo glorioso cuando toma la iniciativa en rescatar a su gente y les invita a una relación viva y personal con El.  No como siervos limitados a hacer lo que Él exige, pero como hijos nacidos de Su Espíritu Santo, perdonados de sus pecados, y destinados para gloria eternal.  Vengan conmigo en un viaje donde descubrimos el mensaje cristiano para el mundo del Islam.

Caín y Abel: El Solo Sacrificio Aceptable

Tenemos muchas religiones en la tierra.  Incluyen el Judaísmo fundado por Moisés, Islam por Mahoma, Budismo por Gautama Buddha, y muchas otras como el Hinduismo sin originadores conocidos.  Mas el Cielo ve solo tres.  El primero es el anti-teísmo.  Es la veneración de algo aparte de Dios, la criatura antes que el Creador.  Si es la veneración de ídolos paganos, de espíritus de antepasados o de otros seres, no importa.  Todo es lo mismo para los ángeles del cielo—es la veneración de algo o de todo excepto del Dios verdadero.  La Biblia describe los anti-teístas perfectamente: “”Porque habiendo conocido a Dios, no le glorificaron como a Dios, ni le dieron gracias; antes se envanecieron en sus discursos, y su necio corazón fue entenebrecido.  Profesando ser sabios, se hicieron necios, y cambiaron la gloria del Dios incorruptible, en semejanza de imagen de hombre corruptible, y de aves y de cuadrúpedos y de reptiles” (Romanos 1:21-23).  La definición concluye: “Cambiaron la verdad de Dios por la mentira, adorando y sirviendo a la criatura antes que al Creador, el cual es bendito por siempre.  Amén” (Romanos 1:25).

Solo las otras dos religiones en la tierra, como las ve el Cielo, son las más viejas que han existido jamás.  Fueron fundadas en el mismo día por dos hermanos y, de afuera, pueden parecer muy similares.  Los hermanos fueron Caín y Abel, los hijos de Adán y Eva.  En el día que las primeras ceremonias religiosas fueron realizadas en la tierra, Caín y Abel trajeron sus ofrendas a Dios.  Caín fue labrador de la tierra.  Así trajo una porción de los frutos de su trabajo y la ofreció a Dios.  Mas Abel fue pastor de ovejas, y así trajo una dadiva diferente, un sacrificio de sus corderos jóvenes y sus porciones de grasa.  No parecía haber verdaderas diferencias entre las dos ofrendas, pero la Biblia dice, “Jehová miró con agrado a Abel y a su ofrenda, mas no miró con agrado a Caín y a su ofrenda” (Génesis 4:4-5).  Sabemos bien lo que siguió: Caín se ensañó y se levantó contra su hermano, y le mató en un campo.

El Qu’ran confirma la historia: “Y cuéntales la historia de los dos hijos de Adán con verdad, cuando ofrecieron un sacrificio que fue aceptado de uno de ellos, mas no aceptado del otro.  El dijo: desde luego te mataré” (Surah 5:27).  Ningún libro dice por que el sacrificio de Caín fue rechazado, pero la Biblia muestra porque Abel halló favor con Dios.  Dice: “Por fe Abel ofreció a Dios mas excelente sacrificio que Caín, por lo cual alcanzó testimonio de que era justo, dando Dios testimonio de sus ofrendas; y muerto, aun habla por ella” (Hebreos 11:4).  Las palabras más importantes son las primeras dos: por fe Abel halló el favor de Dios.

El sacrificio de Abel nos dice cual fue esta fe.  Presentó la sangre derramada de sus corderos.  Abel amó al Señor, pero fue terriblemente consciente él podía fallarle a Dios así como pudo su hermano Caín.  Fue consciente que era implicado en el pecado de sus padres en el huerto de Edén, y que no podía ofrecer nada a Dios del fruto de sus propios trabajos para rescatarse.  Abel sabía también lo que Dios avisó a la serpiente en el huerto: “Y pondré enemistad entre ti y la mujer, y entre tu simiente y su simiente; Él te herirá en la cabeza, y tu le herirás en el calcañar” (Génesis 3:15).  Abel esperaba en la afirmación clara de que un día Dios levantaría a un Salvador para los descendientes de Eva.  Este Salvador sufriría severamente para efectuar la salvación humana, pero al mismo tiempo heriría a muerte la serpiente y pondría en libertad la descendencia de la mujer. Abel habló por su sacrificio: “Conozco que pecador soy, y que no puedo encomendarme a Ti por ningún medio religioso.  Pero Te devuelvo algo que te pertenece.  Lo sacrifico con su sangre derramada, porque siento que mi redención vendrá a un precio muy alto por Ti”  Abel fue el primer hombre que ofreció la fe verdadera a Dios.  Esto es la segunda religion que el Cielo ve, y es la única fe verdadera.  Es la Fe de Abel.

Más Caín no tuvo un amor verdadero por Dios.  No creyó que estaba implicado en el pecado de sus padres.  También dijo a Dios que no creyó que era guarda de su hermano (Génesis 4:9).  Mató a Abel a sangre fría.  Mas Caín reconoció a Dios como su Creador, y así también trajo una dadiva, pero esta fue solo un gesto, una muestra de la abundancia de sus trabajos.  Tendría la voluntad de adorar a Dios de vez en cuando, pero consideraba su vida como algo propia.  Creyó que estaba libre de explotar la tierra solamente para su propio provecho.  Volvería en sí de vez en cuando para saludar a Dios, quizás una vez por semana, o por una ceremonia de cosecha una vez por año, pero no más.  Caín fue el fundador del monoteísmo formal, lo que es adorar a Dios sin amarlo con amor verdadero.  Eso es la religión de Caín, la tercera religión que el Cielo ve.  La considera como totalmente falsa.  Hoy es la religión más común en la tierra.  Abarca cada expresión del monoteísmo formal, judío, cristiano, o islámico.  Dios mismo lo resume en estas palabras: “Este pueblo se acerca a mí con su boca, y con sus labios me honra, mas han alejado de mi su corazón, y su temor para conmigo fue ensenado por mandamientos de hombres” (Isaías 29:13).

La cólera de Caín mostró la diferencia entre él y su hermano.  Podría haber contestado: “Podría venir muchas veces para saludarte, una vez por semana si necesario.  ¿Por qué rechazaste por completo a mi primera ofenda?”  La respuesta de Dios podría ser: “Abel hizo una sola ofrenda, pero fue un compromiso total de su vida entera, confiándose a mí por su salvación.  Una sola ofrenda, hecha una sola vez por Jesucristo, “perfeccionó para siempre a los santificados” (Hebreos 10:14).  La fe de Abel es la única religión verdadera que el mundo ha conocido o que jamás conocerá.  Es una fe vibrante y viva, en contraste a una conformidad seca y externa.  No ofrece nada de sí misma a Dios para merecer la salvación.  Deposita su confianza total en Dios por su salvación.  No mira la apariencia externa y dice ¿quién soy yo?  Si un musulmán, o un judío o un cristiano se identifican solamente por su ropa, barba, tocado, togas, asistencia de culto semanal, etc., ¿por esto significa su lealtad a una religión particular?  No, ponga las preguntas mejor acertadas ¿quién soy yo?  ¿Amo a Dios en mi propia alma?   ¿Quiero buscar Su perfecto honor, su pureza, su amor y su justicia?  Cuando me quito mi vestimento religioso, me quito la barba, quito mis ropas de sacerdote, ¿qué me queda?  ¿Qué tengo dentro de mí para recomendarme a Dios?  Hay solamente una religión verdadera en la tierra—es la de la fe humanaque corresponde a la fidelidad  de Dios, un tema que vamos a explorar más ampliamente en seguida sección.

Abraham: El Padre de los Fieles

Todos musulmanes honran a Ibrahim alayhis-salam.  Se considera uno de los mayores mensajeros de Dios.  Cristianos también le consideran un prototipo de un creyente verdadero y el padre de los fieles.  Siguió la fe verdadera, la fe de Abel, y cristianos verdaderos son llamados los que son ‘de la fe de Abraham, quien es el padre de todos nosotros’ (Romanos 4:16).  El Qu’ran también habla de la millata abikum Ibrahim, la “fe de nuestro padre Abraham” (Sura 22:78).  Pero,  ¿por qué es Abraham marcado por su fe y no por su sumisión religiosa a Dios?

El Qu’ran ve la milla de Abraham como nada más que una sumisión indiscutible a la voluntad de Alá.  Dice que fue uno de los musulmán, uno que ‘se somete’ (Surah 3:67), dice que ‘cuando su Señor le dijo, ¡Sométete!, el dijo ‘yo me someto al Señor de los mundos’ (Surah 2:131).  El mandamiento para “someter” en el texto es Aslim! y su respuesta es aslamtu, “Me he sometido.”  Las tres palabras vienen de la misma raíz de letras que islam  y muslim.  Pero esto no es la fe verdadera.  No es más que una resignación sin comprensión a la voluntad de Dios.  No comprueba la fe del profeta en la fidelidad de Dios.

La Biblia muestra que Dios llamó a Abraham a una relación con El mucho más profunda que la mera sumisión a Su voluntad.  Comienza con una promesa sencilla que Dios le dio, cuando él se quejó que no tenía a un heredero a su herencia: “Mira ahora a los cielos, y cuenta las estrellas, si las puedes contar. Así será tu simiente” (Génesis15:5).  Lo que sigue se declara con igual sencillez: “Y creyó a Jehová, y Él se lo contó por justicia” (Génesis 15:6).  Parece demasiado fácil – Abraham solamente recibió la promesa a primera vista, y porque creyó a Dios fue declarado justo por Él.  No tenia que orar un número de veces por día, ayunar por muchos meses, ir de peregrinaciones o dar mucho dinero a los pobres para obtener la aprobación de Dios.  Solamente creyó la promesa e inmediatamente fue puesto en una posición de justo delante de Dios.

Pero, su fe fue probada muchas veces.  Muchos años pasaron sin novedad.  Su esposa Sarah, que nunca podía tener a niños y que se envejecía más cada año, le dijo que procreara herencia por su sierva Hagar (Génesis 16:2).  Cuando Ismael nació, Abraham fue convencido que debía ser el heredero prometido.  Pero trece años más tarde, cuando Abraham era de edad de 99 años y su esposa Sarah ya tenía 90 años y todavía seguía estéril, Dios le dijo: “Y la bendeciré, y también te daré de ella hijo; sí, la bendeciré, y vendrá a ser madre de naciones; reyes de pueblos serán de ella” (Génesis 17:16).  Primero Abraham se rio de este prospecto, pero entonces comprendió que evidentemente Ismael no era el hijo de la promesa.  Gritó a Dios: “Te ruego que Ismael viva delante de ti.”  Pero Dios le respondió: “No, pero ciertamente Sara, tu esposa, te dará a luz un hijo, y conformaré mi pacto con él, y con su simiente después de él por pacto perpetuo” (Génesis 17:18-19).

Cuando Isaac nació, Sarah exigió que Abraham despachara a Hagar y a Ismael.  El patriarca se puso muy triste pero Dios confirmó su deseo, e informó a Abraham al mismo tiempo que sin embargo haría de Ismael una gran nación.  No obstante Abraham fue probado severamente cuando comprendió que Ismael fue rechazado por Dios.  A la edad de catorce años fue despachado en el desierto.

Cada que Abraham miró al niño nuevo, al menos sabía con certeza que era el niño prometido.  Esperaba el día cuando Isaac se levantaría para cumplir la promesa de Dios y ser padre de muchas naciones.  Pero cuando Isaac llegó a una edad similar a la de Ismael cuando fue despachado, Dios habló otra vez al patriarca.  “¡Abraham!” llamó de repente (Génesis 22:1).  Abraham respondió de buena voluntad, suponiendo que Dios le diría como su hijo sería una bendición para la próxima generación.  En vez de esto Dios le dijo: “Toma ahora tu hijo, tu único, Isaac, a quien amas, y vete a tierra de Moriah, y ofrécelo allí en holocausto sobre uno de los montes que yo te diré” (Génesis 22:2).  (El Qu’ran recuerda el incidente, pero no da el nombre o identifica de otra manera al hijo que debería ser sacrificado – Surah 37:102.  Más confirma que la línea de nubbuwah – ser profeta – y kitab – escritura, seguiría por la línea de Isaac – Surah 29:27).
Esto fue una prueba mucho más difícil para el patriarca.  Cuando Isaac comenzó crecer como un hombre joven, Dios dijo a Abraham que lo aceptaba.  Pero, ahora cuando Isaac llegó al mismo momento de crecimiento en su vida, ¡Dios dijo a Abraham que lo matara!  Fue la prueba suprema del amor de un hombre por Dios – ofrecerle a su hijo.  Si no le escatimó a su hijo, ciertamente le daría todo lo que tenía (Romanos 8:32).  Fue lo máximo que un hombre podía ofrecer a Dios.

Pero Abraham confrontó a una prueba aun más severa.  Dios le había prometido que tendría descendientes como las estrellas del cielo por su hijo Isaac.  ¿Cómo se podía cumplir esta promesa si él tenía que ofrecerlo como un holocausto?  Abraham debe haber imaginado la escena – a su hijo quemado a cenizas después de ser sacrificado, y cuando el viento se levantara y arrancara las cenizas, se imaginó en desesperación, “el viento lleva la promesa de Dios.”

Pero para este tiempo Abraham había avanzado más allá de someterse a la voluntad de Dios sin preguntar más.  En una otra ocasión, poco ante esto, cuando Dios amenazó destruir las ciudades de Sodoma y Gomorra por su maldad, el patriarca protestó: “¿Destruirás también al justo con el impío?"  Quizá haya cincuenta justos dentro de la ciudad: ¿destruirás también y no perdonarás al lugar por amor a los cincuenta justos que estén dentro de él?  Lejos de ti el hacer tal cosa, que hagas morir al justo con el impío y que sea el justo tratado como el impío; nunca tal hagas.  El Juez de toda la tierra, ¿no ha de hacer lo que es justo?” (Génesis 18:23-25)

¿Cómo pude un profeta argüir contra los decretos de Dios?  Esto no fue una sumisión humilde.  Pero Dios la honró, y al fin prometió que no destruiría a las ciudades si se podían encontrar en ellas solo diez justos.  (No se encontraron, y solo Lot y sus dos hijas fueron salvados de la destrucción.)

Aquí hay más de que aparenta.  Abraham imploró a Dios que fuese fiel a Si mismo.  Creyendo que Dios es fiel, puse toda su fe en la fidelidad de Dios.  Eso es la razón porque reaccionó cuando oyó algo que le pareció negar a esta fidelidad.  La Escritura declara que “Toda palabra de Dios es pura” (Proverbios 30:5), y Abraham cuestionó al orden de sacrificar a su hijo con el mismo dilema.  ¿Cómo se pude cumplir la promesa de Dios si él debía sacrificar a Isaac?  Podría decir a sí mismo, “No lo sé, pero no importa.  Dios me ha mandado destruirlo, y así lo haré.  Me someto a Su voluntad sin preguntas.  La promesa incumplida será Su problema, no el mío.”

Pero Abraham no lo hizo.  Sabía que la fe que motivó la respuesta que era justo delante de Dios, fue solamente su confianza en la fidelidad de Dios.  El sol genera luz, una luz brillante.  La luna no puede hacer más que reflejarla débilmente.  Pero sí, refleja esta luz completamente cuando confronta el sol de frente.  Quitar a la luna no afecta en nada a la luz del sol.  Pero, quite al sol y la luna no brillará en absoluto.  Así Dios genera fidelidad como el sol genera luz, pero la fe de Abraham fue como la luz de la luna – nada más un reflejo de la fidelidad gloriosa de Dios.

Más Abraham se aferró a esta fe.  Como Abel, seguía una sola religión verdadera en el mundo: la fe verdadera, y como Abel fue alabado por eso: “Por fe Abraham cuando fue probado, ofreció a Isaac, y el que había recibido las promesas, ofreció a su hijo unigénito, habiéndole sido dicho: En Isaac te será llamada simiente; pensando que aun de los muertos es Dios poderoso para levantar; de donde también le volvió a recibir por figura” (Hebreos 11:17-19).

Dios honró a Abraham y le restauró su hijo.  Pasó la prueba máxima.  Tuvo la voluntad de devolver a Dios la más grande bendición en su vida, su solo hijo verdadero.  En esto perfeccionó su fe, creyendo que Dios cumpliría su promesa a el al levantar a su hijo de la muerte a la vida.  Por eso Abraham recibió un título muy especial.  Fue llamado el amigo de Dios.  Josafat, un rey justo de Judea muchos siglos más tarde oró a Dios: “¿No eres tu nuestro Dios, que echaste a los moradores de esta tierra delante de tu pueblo Israel, y la diste a la simiente de Abraham, tu amigo para siempre?” (2 Crónicas 20:7)  Dios mismo habló una vez de la nación de Israel como “simiente de Abraham, mi amigo” (Isaías 41:8).  Santiago, un discípulo de Jesús y su medio-hermano de sangre, también escribió de la fe de Abraham, “fue llamado el Amigo de Dios” (Santiago 2:23).

El Qu’ran confirma el título: “Porque Dios tomó a Abraham por amigo” (Surah 4:125).  La palabra árabe aquí es khalilan, “un amigo,” y por esta razón Abraham fue siempre conocido en Islam como khalilullah, el Amigo de Dios.  Pero el Qu’ran no da ninguna explicación para este título.

Pero, el registro bíblico nos revela más y más lo que es fe verdadera.  Dios quiere tener una relación viva con Su pueblo.  Desea esto mucho más que una obediencia estricta a rutinas religiosas, una observación de ceremonias y una adherencia repetitiva a unas oraciones prescritas, el horario de oración, etc.  Esto será más y más claro en cuando procedemos.  Pero, por el momento, recalcamos la razón del reconocimiento de Abraham –  su fe verdadera.  Dios no proyectó su justicia a el por la fuerza, esperando que el respondería con una justicia perfecta y una obediencia a cada exigencia.  Tan religioso, pio o dedicado que fuera un hombre, jamás podría igualar a la justicia perfecta de Dios.  Su pecado lo llevaría para abajo una y otra vez.

Dios escogió proyectar su fidelidad  a Abraham y fue encantado cuando el profeta respondió constantemente a ella por la fe, y la perfeccionó al fin cuando Dios le mandó ofrecer a su hijo como sacrificio.  Vamos a decir más de eso cuando llegamos al fin de lo que hablamos antes.  Veremos como la fe de Abraham hasta para sacrificar a su hijo fue solamente una sombra del amor de Dios que se revelaría después.  Pero, por ahora avancemos al próximo patriarca grande en la historia de Israel, Moisés, y veremos cómo seguía avanzando la revelación de los propósitos de Dios.

Moisés: El Hombre que Conoció a Dios Cara a Cara

Más que cuatro siglos pasaron antes que Dios obrara otra vez para comunicar directamente con su pueblo.  Después de cuarenta años de prosperidad como príncipe en Egipto, y cuarenta años más como un fugitivo de justicia en el desierto de Sinaí, de repente Moisés se halló cara a cara con el Dios de Israel.  Dios lo llamó con el propósito de poner en libertad la nación del dominio de Faraón.  Esto fue después de una serie de pestes que finalmente vencieron la resistencia egipcia.  Entonces, Moisés guió al pueblo por este mismo desierto en su camino a la tierra promesa, Canaán.

La escena final en esta historia famosa necesita contarse aquí otra vez.  Faraón solo se ablandó cuando un ángel de Dios mató en una solo noche al primogénito de cada familia en Egipto.  Solamente los Israelitas que obedecieron a la palabra de Dios para sacrificar a un cordero de Pascua fueron exentos.  Fueron instruidos de “untar el dintel y los dos postes” de sus hogares “con la sangre que estará en el lebrillo” (Éxodo 12:22), y les mandó además, “guardaréis esto por estatuto para vosotros y para vuestros hijos para siempre” (Éxodo 12:24).  Entonces el ángel de muerte pasaría por alto al hogar marcado.  Una tendencia clara se estaba desarrollando en cuando avanzaba la relación de Dios con Su pueblo.  Abel ofreció la sangre de sus corderos como sacrificio expiatorio, prefigurando un sacrificio mucho mayor que vendría mas tarde.  Abraham fue dispuesto a ofrecer a su hijo Isaac como una muestra similar a una ofrenda mayor que se revelaría después.  Ahora Dios ordenó al pueblo de Israel pintar sus postes con la sangre derramada de sus corderos sacrificadas.  Comenzó a definirse la fe verdadera.  La esperanza de todos los verdaderos pueblos de Dios que se confiaron solamente en Su gracia y no en su religiosidad se enfocaba más y más a la sangre derramada del Cordero de Dios que vendría después.  Los creyentes verdaderos percibieron esto y pusieron su fe en la gracia redentora de Dios, a ser revelada más completamente en el futuro.

Poco después de su salida de Egipto, Dios instruyo a Moisés: “Ve al pueblo, y santifícalos hoy y mañana, y laven sus vestiduras; y que estén apercibidos para el día tercero, porque al tercer día Jehová descenderá, a ojos de todo el pueblo, sobre el monte de Sinaí” (Éxodo 19:10-11).  El tercer día el pueblo tembló cuando la presencia de Dios se manifestó en el monte.  Allí Dios hablo directamente a la nación y le dio los diez mandamientos que después serían la columna vertebral de la ley moral judía.  Fue una ocasión única para la cual Dios estaba preparándolos desde hace muchos siglos.

Moisés no fue visitado por un ángel como mediador del cielo.  Dios mismo se acercó al profeta y a la nación y les expresó su deseo de relacionarse después directamente con el pueblo de Israel.  Para revelar su presencia entre ellos, Dios dijo a Moisés que construyera un arca con un propiciatorio por encima, y dijo: “Y de allí me encontraré contigo, hablaré contigo de sobre el propiciatorio, de entre los dos querubines que están sobre el arca del testimonio, todo lo que yo te mandaré para los hijos de Israel” (Éxodo 25:22). 

La nación tenía una prueba visible que Dios mismo estaba presente entre ellos.  Cada vez que Moisés entró en la tienda sacra que había construido como tabernáculo donde el arca fue puesto, una “columna de nube descendía, y se ponía a la puerta del tabernáculo, y Jehová hablaba con Moisés” (Éxodo 33:9).  Cuando el pueblo veía la nube, se levantaba y adoraba.  La historia concluye: “Y hablaba Jehová a Moisés cara a cara, como habla cualquiera a su compañero” (Éxodo 33:11).  Moisés fue impactado que Dios estuvo dispuesto a relacionarse tan directamente con él y con el pueblo como se manifestaba entre ellos.  Dijo a Dios: “Y en qué se conocerá aquí que he hallado gracia en tus ojos, yo y tu pueblo, sino en andar tu con nosotros, y que yo y tu pueblo seamos apartados de todos los pueblos que están sobre la faz de la tierra?”
(Éxodo 33:16).

Moisés oró muy audazmente: “Te ruego, muéstrame tu gloria.”  Dios le respondió: “Yo haré pasar todo mi bien delante de tu rostro, y proclamaré el nombre de Jehová delante de ti; y tendré misericordia del que tendré misericordia, y seré clemente para con él que seré clemente” (Éxodo 33:18-19).

Con todo respecto, aún a esta etapa la presencia revelada y el favor de Dios exceden en mucho un evento comparable en el Islam.  Seguirían mucha mayor intimidad, compañerismo, gracia y favor entre Dios y su propio pueblo, pero aún a esta etapa, la relación entre Dios y Su pueblo habían excedido mucho las más altas de las esperanzas del Islam.  Dios mismo fue presente de una manera visible entre ellos.  La nube, que fue una manifestación especial de Su presencia, estaba flotando sobre el propiciatorio de día y la columna de fuego de noche.  Cuando movió la manifestación de la presencia de Dios, la nación sabia que debía seguirla y mantenerse cerca del Dios que moraba entre Su pueblo.

Cuando Moisés descendió del Monte Sinaí con dos tablas que tenían los diez mandamientos escritos por Dios mismo, “no sabía él que la tez de su rostro resplandecía, después que hubo con Él hablado” (Éxodo 34:29).  Cada vez que salió de hablar con el Señor, “y veían los hijos de Israel el rostro de Moisés, que la tez de su rostro era resplandeciente” (Éxodo 34:35).  El Qu’ran confirma la relación única y directa entre Dios y Moisés: “Y a Moisés Alá hablo directamente” ((Surah 4:164).  No dice más, pero confirma la relación especial entre ellos.  La historia de Moisés en la Biblia concluye con estas palabras: “Y nunca más se levantó profeta en Israel como Moisés, a quien haya conocido Jehová cara a cara” (Deuteronomio 34:10).

Abraham fue llamado el amigo de Dios.  Moisés habló con Dios cara a cara como un hombre habla a su amigo.  Aquí vemos la revelación progresiva del propósito eterno de Dios.  Dios manifestó su presencia tan directamente con Moisés que su rostro brillaba cuando Dios hablaba a Él.  Dios se alejaba más de las ceremonias religiosas como una manera de cumplir requisitos para ganar su favor.  Se revelará aún más claramente con el paso del tiempo su deseo eterno que Su pueblo se relacionara personalmente con Él y que Le conociera directamente.

Desgraciadamente, la presencia inmediata de Dios trajo tensiones constantes y conflicto entre Él y el pueblo de Israel.  Una y otra vez desconfiaban y se rebelaban contra Él.  Al principio cuando Dios llamó a la nación para oír Su palabra y recibir Sus diez mandamientos, el pueblo dijo a Moisés: “Habla tu con nosotros, que nosotros oiremos; mas no hable Dios con nosotros, para que no moramos” (Éxodo 22:19).  Cuando Moisés subió al monte para conversar con Dios por cuarenta días, el pueblo se levantó y quiso deshacerse de Su presencia y Su poder sobre ellos.  Hicieron un ternero de oro y lo adoraron, y pronto procedieron a desobedecer todo mandamiento posible para indicarle precisamente lo que pensaron de Él.

Dios les comunicó su coraje.  Muchas veces amenazó destruirlos.  “Yo he visto a ese pueblo, que por cierto es pueblo de dura cerviz: ahora pues, déjame que se encienda mi furor contra ellos, y los consuma,” declaró Dios (Éxodo 32:9-10).  Un Dios benévolo y además justo está entre un pueblo malvado y malévolo – y el conflicto fue inevitable.  La nación no quiso acercarse a Dios.  Por su rechazo los hizo vagar por cuarenta años en el desierto con apenas lo suficiente comida y agua.  A pesar de todos los favores que les había dado el pueblo no quería acercarse de Él.  Viviendo tan cerca de ellos con todos sus pecados y sus corazones tan endurecidos habían denigraban a su gran justicia y santidad.

“Y ahora, pues, Israel,” declaro Moisés, “¿qué pide Jehová tu Dios de ti, sino que temas a Jehová tu Dios, que andes en todos sus caminos, y que lo ames, y sirvas a Jehová tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma; que guardes los mandamientos de Jehová y sus estatutos, que yo te prescribe hoy para tu bien?” (Deuteronomio 10:12-13).  En esto, Moisés reveló el propósito último de Dios – una relación profunda y mutua basada en el amor y en la obediencia a Él.  Les dejó varias formas de ceremonias y observancias religiosas para recibir al menos una adoración formal.  Y aún así, se rebelaron contra Él.  No querían acercarse de Él de corazón en la pureza, la honradez, la lealtad y el amor.  Simplemente preferían volver a su antigua esclavitud en Egipto y no vivir por la fe en Su fidelidad al permitir a Su Espíritu examinar las profundidades de sus corazones y almas.

A un punto, después de aburrirse del maná que Dios les mandó cada día por su comida, unos de “la multitud de raza mixta que había entre ellos tuvo un vivo deseo; y los hijos de Israel también volvieron a llorar y dijeron: ¡Quien nos diera a comer carne!  Nos acordamos del pescado que comíamos de balde en Egipto, de los pepinos, y de los melones, y de las verduras, y de las cebollas, y de los ajos.  Y ahora nuestra alma se seca; que nada sino maná ven nuestros ojos” (Números 11:4-6).  Generaciones postreras honraban el maná con devoción religiosa como pan del cielo mismo, pero los Israelitas de este tiempo simplemente se quejaron a Moisés, “nuestra alma tiene fastidio de este pan tan liviano” (Números 21:5).

Cuando habían entrado a la tierra de Canaán, la nube visible encima del propiciatorio desapareció.  El maná enviado para alimentarlos cesó.  Dios pudo ver que no podían satisfacer o reflejar Su justicia y solo podían ser expuestos a cólera y juicio si El siguió manifestándoles Su presencia tan obviamente.  Así toleró la nación, todavía vivió entre Su pueblo, pero retiró Su presencia visible para evitar más conflicto al estar cara a cara.  Pacientemente Dios observaba y esperaba cuando las generaciones siguientes llegaron y desaparecieron.  Algunos siglos más tarde Dios comenzó de nuevo a mostrar Su presencia entre el pueblo de Israel.  Levantó otro hombre que tendría un amor ferviente por Dios, un hombre fuerte que podía unir a la nación.  Dios procedió relacionarse con él hombre cuando parecía que Sus esperanzas para la nación podrían realizarse.

David: Varón Conforme al Corazón de Dios

Cuando David fue rey de Israel, Dios dijo: “He hallado a David, hijo de Isaí, varón conforme a mi corazón, el cual hará toda mi voluntad” (Hechos 13:22).  No mencionó de la religiosidad de David, de su joyería externa, de su cumplimiento con ritos, o de su reverencia por los días sagrados.  Habló de su ser interno—su espíritu justo, su amor de Dios, su carácter fino, su sinceridad personal y su fe profunda.  David expresó su devoción a Dios por sus muchos salmos.  Fue un hombre de grandes debilidades, pero aun a pesar de estos, anhelaba estar con Dios y se volvió a él cada vez que fallaba.  Oro: “Como el ciervo brama por las corrientes de las aguas, así clama por ti, oh Dios, el alma mía.  Mi alma tiene sed de Dios, del Dios vivo” (Salmo 42:1-2). 

En un otro de sus cantos de alabanza David declaro: “Te amaré, O Jehová, fortaleza mia.  Jehová es mi Roca, mi castillo y mi Libertador; mi Dios, mi fortaleza, en El confiare; mi escudo, el cuerno de mi salvacion, y mi alto refugio.  Invocaré a Jehová, quien es digno de ser alabado, seré salvo de mis enemigos“(Salmo 18:1-3).  No recitaba de un libro de oraciones, expresó desde su alma la profundidad de su fe en Dios.  Supo que la fe verdadera viene de un alma en relación íntima con Dios.  No aparentó una fachada externa de justicia cuando estaba desobediente con Dios.  Anhelaba ser puro en todos sus pensamientos, sus palabras y sus hechos.  Exclamo: “Examíname, oh Dios, y conoce mi corazón; pruébame y conoce mis pensamientos: y ve si hay en mi camino de perversidad, y guíame en el camino eterno” (Salmo 139:23-24).

Cuando falló, examinó su corazón y oró: “He aquí, tu amas la verdad en lo íntimo, y en lo secreto me has hecho comprender sabiduría” (Salmo 51:6), y entonces pidió: “Crea en mi, oh Dios, un corazón limpio; y renueva un espíritu recto dentro de mí.  No me eches de delante de ti, y no quites de mí tu Santo Espíritu.  Vuélveme el gozo de tu salvación; y el espíritu libre me sustente” (Salmo 51:10-12).  La humildad verdadera también aparece cuando sigue su oración: “Los sacrificios de Dios son el espíritu quebrantado; al corazón contrito y humillado no despreciarás tu, oh Dios” (Salmo 51:17).  David fue elegido para guiar a Israel porque su corazón fue fiel a Dios.  Comprendió la fe verdadera.  Supo que fue una voluntad de perseguir una renovación interna, una respuesta a la fidelidad perfecta de Dios.  Cuando Dios mandó a Samuel ungir a David como rey de Israel, le dijo: “Jehová no mira lo que mira el hombre; porque el hombre mira lo que está delante de sus ojos, pero Jehová mira el corazón” (1 Samuel 16:7).

Como Dios había prometido un hijo a Abraham, ahora prometió también a un hijo a David.  Salomón fue el hijo prometido y después de la muerte de su padre comenzó a construir el primero templo judío.  En las generaciones siguientes el pueblo de Israel percibió que Salomón fue el hijo inmediato prometido, pero la profecía habló también de un hijo aun mayor  que seguiría.  Dios había asegurado a David que el hijo prometido gobernaría su reino para siempre.  Cuando Salomón murió, el pueblo comprendió pronto que la profecía se cumpliría completamente solo cuando llegaría el hijo mayor  de David, y esperaron su día.  Significativamente Dios había dicho a David que el hijo mayor que vendría seria Su propio  Hijo.  Dios había añadido claramente “Yo  seré su padre, y él será mi hijo.”

La profecía se encuentra en las Escrituras judías (el Antiguo Testamento), y no se repite en ninguna obra cristiana mas tarde.  Ni los musulmanes ni judíos nunca creyeron que Dios tiene a un Hijo, pero en este mismo pasaje, en uno de sus propios libros (2 Samuel 7:14) venerado como la Palabra de Dios por todos los judíos en todas las generaciones después de ser escrito, la promesa de Dios que su propio Hijo vendría al mundo para establecer su reino eterno fue anunciada claramente.  La promesa se confirma en un otro pasaje: “Él me clamará: Mi Padre eres tú, mi Dios, y la Roca de mi salvación.  Yo también lo haré mi primogénito, alto sobre los reyes de la tierra.  Para siempre le conservaré mi misericordia; y mi pacto será firme con él.  Y estableceré su simiente para siempre, y su trono como los días de los cielos” (Salmo 89:26-29).  Esta cita es también de un otro de los libros centrales de la Escritura judía, escrita mil años antes del inicio de la cristiandad.

Ambas promesas dadas a Abraham y a David de un hijo que vendría vinieron de repente, sin precedentes o anticipación.  Cuando usted lee las Escrituras judías, no puede que quedar pasmado de que llamativas fueron ambas profecías, porque no hay nada en la preparación anterior que hace la mínima alusión a lo que estaban viviendo.  Dios escogió simplemente un momento apropiado para hablar de cosas por venir como Su propósito para la humanidad, y de sus planes por la redención que revelaría.

Cuando Salomón había terminado la construcción del Templo y los sacerdotes salieron de él después de poner el arca del convenio en el lugar más sagrado: “la nube llenó la casa de Jehová.  Y los sacerdotes no pudieron permanecer para ministrar por causa de la nube; porque la gloria de Jehová había llenado la casa de Jehová” (1 Reyes 8:10-11).  Una vez más Dios manifestó Su presencia visiblemente a la nación como lo había hecho cuando Moisés completó el tabernáculo en el desierto.  El Islam nunca tuvo nada semejante a esto.

Durante estos cuarenta años, cuando los Israelitas vagaban por las regiones del desierto a causa de su falta de fe, la nación fue desprovista de sus campos fértiles y no recibió nada excepto el maná para comer y el agua para beber.  El pueblo se irritó cuando Dios los puso a prueba para ver si le serían fieles o no.  Dios respondió fuertemente con su justicia cada vez que Le desobedecieron.  Reaccionó inmediatamente y les mandó plagas y fuegos a través de sus campamentos.

Pero ahora con el reinado de Salomón, Dios le dio a la nación cuarenta años de paz y prosperidad sin par.  Esta vez lo permitió porque el convenio que había hecho con Moisés aparentemente funcionaba.  Sus esperanzas para la nación habían alcanzado a la cumbre, y permitía que se regocijaran en su esplendor.  Aun los enemigos de Israel estaban en paz con ella.  Fue una época de oro, un símbolo de la paz y la gloria del cielo venidero.  “E hizo el rey que en Jerusalén la plata llegara a ser como las piedras, y los cedros como los sicómoros que se dan en abundancia en los valles” (1 Reyes 10:27).

Desgraciadamente, esta luna de miel no duró por mucho tiempo.  Salomón falló al no enfocar su fe en Dios y se volvió a la prodigalidad.  Se casó con esposas extranjeras que introdujeron costumbres paganas a la nación.  Salomón “se junto a estas con amor” (1 Reyes 11:2).  Cuando era viejo, sus esposas extranjeras “inclinaron su corazón tras dioses ajenos; y su corazón no era perfecto para con Jehová su Dios, como lo fue el corazón de su padre David” (1 Reyes 11:14).  Después de la muerte de Salomón la nación se dividió pronto en dos cuando el pueblo de Judá siguió a Roboam, el hijo de Salomón, como su rey, mientras las tribus del norte de Israel siguieron a Jeroboam, quien puso dos becerros de oro en Dan y Betel para desviar al pueblo de adorar el Señor a Jerusalén (1 Reyes 12:28-29). 

Dios dijo a Jeroboam: ”Has hecho lo malo más que todos los que han sido antes de ti, porque fuiste y te hiciste dioses ajenos e imágenes de fundición para enojarme, y a mí me echaste tras tus espaldas” (1 Reyes 14:9).  Una serie de reyes malos guió las tribus de Israel a cada forma de idolatría y maldad.  La historia de Judá fue más accidentada – algunos de sus reyes, como Ahaz, fueron tan malos como los reyes de Israel, mientras otros como Josafat guardaron al pueblo fiel a Dios, pero fue solo una cuestión de tiempo hasta que Judá retrocedió también y enojó a Dios intensamente.

Sus esperanzas para la nación fueron destruidas.  Su coraje se incendió contra ella.  Podría haber caído  un día final de juicio a Israel y a las otras naciones del mundo que ya por mucho tiempo habían abandonado la adoración de Dios.  Pero no lo hizo.  El Dios de toda fidelidad cuyo amor por Su pueblo había llegado a una cima, un ardor intenso único, consideraba la posibilidad de traer a Su pueblo en una relación personal y profunda con El.  Escogió una alternativa al juicio destructivo.  ¿Qué tuvo que hacer – juzgar o rescatar?  Su amor ferviente Le hizo escoger la segunda, más no sin considerar muy profundamente el precio que Él mismo tendría que pagar para realizar Su intención.

Jeremías y Ezequiel: La Promesa de un Nuevo Convenio

No menos que 17 de los 39 libros de la escritura judía fueron escritos por el tiempo de los profetas Jeremías y Ezequiel.  Ellos vivieron unos tres siglos después de Salomón y David.  Todas las escrituras de este tiempo son obras proféticas excepto el Libro de Jonás.  Son llenos de profecías acerca del futuro y se centran en la revelación progresiva y el colmo de lo que se estaba acercando.  Pero algunas citas de estos libros muestran el coraje profundo de Dios contra Su pueblo que Le rechazaba constantemente por este tiempo.

“Contra los pastores se ha encendido mi enojo, y castigare a los machos cabríos,” declaro Dios (Zacarías 10:3).  Gritó otra vez, “¡Ay de ellos!  Porque se apartaron de mi; destrucción vendrá sobre ellos, porque contra mí se rebelaron; yo los redimí, y ellos hablaron mentiras contra mi” (Oseas 7:13).  Y otra vez exclamo: “Yo conozco vuestras muchas rebeliones, y vuestros grandes pecados,” y añadió: “Aborrecí, abomine vuestras solemnidades, y no me darán buen olor vuestras asambleas” (Amos 5:12, 21).

Pero no fue solo el enojo ferviente de Dios que le motivó hablar tan fuertemente.  Fue también un dolor profundo por la nación que Él había escogido y amado de corazón.  Ellos fríamente escogieron rechazarle, como vemos en este pasaje: “Como uvas en el desierto hallé a Israel; como la fruta temprana de la higuera en su principio vi a vuestros padres.  Ellos entraron a Baal-peor, y se apartaron para vergüenza, y se hicieron abominables como aquello que amaron” (Oseas 9:10).  Por esto Dios proclamó: “Por la perversidad de sus obras los echaré de mi casa; no los amaré mas; todos sus príncipes son desleales” (Oseas 9:15).

Pero entre estas citas, que son solo una pequeña selección de un gran número de exclamaciones de condena, hay muchos textos similares donde Dios declara Su amor ferviente por Su pueblo y Su anhelo por su redención.  “Porque yo fortaleceré la casa de Judá, y guardaré la casa de José; y los volveré a traer porque tendré misericordia de ellos; y serán como si no los hubiera desechado; porque yo soy Jehová su Dios, y los oiré” (Zacarías 10:9).  Declaró otra vez: “Mi corazón se conmueve dentro de mí, se inflama toda mi compasión.  No ejecutare el furor de mi ira, no volveré para destruir a Efraín; porque Dios soy, y no hombre; el Santo en medio de ti; y no entraré en la ciudad” (Oseas 11:8-9).  Muchas otras citas muestran como habían intensificado las emociones de Dios en la profundidad de Su corazón.  Amaba a Su pueblo.  Su compasión por ellos había alcanzado una etapa determinada, pero Su ira y enojo contra sus corazones indiferentes también habían alcanzado su cenit.

No fue asunto sencillo, como de echar un volado de moneda, para escoger lo que prevalecería.  Por toda la Biblia hallamos que la actitud de Dios acerca del pecado jamás cambia.  Dios no considera los pecados que los hombres cometen como si fueran nada más actos de hacer algún mal, o descuidos, o faltas o errores de juicio que fácilmente pueden ser perdonados.  Oponen y ofenden Su santidad.  Desde que Adán y Eva se rebelaron contra Él por primera vez, Dio ha tratado la maldad humana como una condición rebelde.  Muestra que los hombres no Le aman de veras, que sus corazones son indiferentes hacia El. No desean entrar en una relación íntima con Él y permitir que Su Espíritu examine libremente lo más íntimo de su ser y que limpie sus almas.  Las observancias piadosas de las oraciones rutinarias, del ayuno reglamentado, de la práctica formal de ritos determinados y de ceremonias jamás pueden compensar por un corazón indiferente hacia Dios.  Tampoco comprueban estos formalismos que la obediencia sea de un corazón sincero.

Los 17 libros escritos en esta época de la historia de Israel muestran exactamente como Dios ve al pecado del hombre.  He aquí la valoración de Dios de la condición humana de una de estas citas: “Engañoso es el corazón más que todas las cosas, y perverso; ¿quién lo conocerá?  Yo Jehová, que escudriño el corazón, que pruebo los corazones, para dar a cada uno según su camino, según el fruto de sus obras” (Jeremías 17:9-10).  Dos citas más de los libros escritos por este tiempo definen la santidad perfecta de Dios y muestran por que el pecado Le enoja y no se perdona a la ligera: “el Dios Santo será santificado con justicia” (Isaías 5:16), y “Muy limpio eres de ojos para ver el mal, y no puedes ver el agravio” (Habacuc 1:13).

La Biblia muestra que aunque Dios tiene muchos atributos (como son los mencionados en los 99 nombres de Dios en Islam), dos de estos atributos son de suma importancia.  Su naturaleza es justa, es la característica básica de Su ser.  Los actos y las actitudes pecaminosos del hombre se oponen a esta justicia y, como lo muestra por los relatos múltiples del principio de las relaciones de Dios con los hombres.  Hubo juicios terribles a consecuencia de las rebeldías. Satanás y sus ángeles caídos fueron echados en abismos de tinieblas y nunca serán perdonados ni puestos en libertad (2 Pedro 2:4).  Todos los hijos primogénitos de los Egipcios murieron en una sola noche a causa de la resistencia de la nación a Dios (Éxodo 12:29), y muchos de los Israelitas perecieron en el desierto cada cuando que se opusieron a Moisés y a Dios (Números 11:33, 16:35).

La segunda gran virtud en el carácter de Dios es Su amor.  Es tan arraigado en el fondo de Su ser que la Biblia declara simplemente que “Dios es amor” (1 Juan 4:8).  Pero visto que Su justicia es al frente de Su ser y fue pronto echada en el rostro de los que Le opusieron en estos tiempos primeros, Su amor parece haber tomado tiempo para surgir de los más profundos escondrijos de Su ser.  No fue un cariño natural para Su pueblo, sino era un deseo profundo por su bienestar a pesar de su hostilidad hacia El.  Era un amor que se fortalecía por un mundo que se comprobaba constantemente y decididamente indigno del amor.  Al tiempo de Jeremías y Ezequiel llegó a su cenit, y aunque Dios tenía todo el derecho de juzgar a toda la humanidad por sus pecados, Dios escogió mejor expresar Su amor plenamente hacia ella.  Hizo un pronunciamiento decisivo y definitivo de Su actitud acerca de la humanidad para el resto de sus días: “Con amor eterno te he amado; por tanto, te prolongue mi misericordia” (Jeremías 31:3).  Después de una reflexión intensa y una decisión interior, Él decidió avanzar, y casi en seguida declaró su plan de cambiar la relación entre Dios y el hombre completamente y unirlos de una nueva manera maravillosa en un compañerismo perfecto, por la buena voluntad, el conocimiento personal y la amistad mutua.

Dios declaró: “He aquí que vienen días, dice Jehová, en los cuales haré nuevo pacto con la casa de Jacob y la casa de Judá:  No como el pacto que hice con sus padres el día que tomé su mano para sacarlos de la tierra de Egipto; porque ellos invalidaron mi pacto, bien que fui yo un marido para ellos, dice Jehová:  Más éste es el pacto que haré con la casa de Israel después de aquellos días, dice Jehová: Daré mi ley en sus entrañas, y la escribiré en sus corazones; y yo seré su Dios, y ellos serán mi pueblo.  Y no ensenará mas ninguno a su prójimo, ni ninguno a su hermano, diciendo: Conoce a Jehová: porque todos me conocerán, desde el más pequeño de ellos hasta el más grande, dice Jehová: porque perdonaré la maldad de ellos, y no me acordaré más de su pecado” (Jeremías 31:31-34—enfasis agregada).

Esta promesa fue sin precedente – que Dios dio a Su pueblo una motivación divina y el poder interior para guardar Sus leyes sagrados, de abrir la puerta para todo Su pueblo de conocerle personalmente, y de garantizar el perdón de todos sus pecados aquí y ahora.  Y esto no fue todo.  Dios agregó por medio del profeta Ezequiel: “Y os daré corazón nuevo, y pondré espíritu nuevo dentro de vosotros; y quitaré de vuestra carne el corazón de piedra, y os daré un corazón de carne.  Y pondré dentro de vosotros mi Espíritu, y hare que andéis en mis mandamientos” (Ezequiel 36:26-27), y añadió: “No se contaminarán ya mas con sus ídolos, ni con sus abominaciones, y con ninguna de sus transgresiones; y los salvaré de todas sus rebeliones en las cuales pecaron, y los limpiaré; y ellos serán mi pueblo, y yo seré su Dios” (Ezequiel 37:23).  No fue como el primer pacto, cuando Dios mandó consecuentemente a Su pueblo, “Harás”, y “No harás”, poniendo la obligación de obedecerle sin reserva.  Ahora El declaró consecuentemente, “Yo hare, Yo hare, Yo hare”, así poniendo en Si mismo la obligación de asegurar que Su pueblo Le respondiera fielmente.  La fe verdadera llegó a su cenit.  La fidelidad de Dios progresó tan lejos que le fue posible – garantizando que la fe de los que estaban de buena voluntad de andar a través de Su puerta abierta en una relación personal profunda con El.

No obstante los ángeles del cielo debían preguntarse cómo se proponía Él reconciliar esta invitación abierta con Su justicia perfecta que guardaría instintivamente a los pecadores que se quedaran lejos de Él.  ¿Cómo pudo ceder la justicia absoluta a la misericordia perfecta?  ¿Cómo pudo Dios introducir una nueva época de oro donde Su pueblo, pecadores de corazón, podrían ser perdonados de tal manera que podrían vivir ahora mismo en una relación sagrada perfectamente con Él, y conocerle  en el centro de sus seres?  En pocas palabras, ¿cómo pude el Santo Espíritu de Dios vivir cómodamente en corazones humanos malvados?  Dios les dio la respuesta: “He aquí, yo traigo a mi siervo, el Renuevo… quitaré el pecado de la tierra en un día” (Zacarías 3:8-9, énfasis agregada).

Por siglos Dios había anhelado que Su pueblo le respondiera, se le acercara y le obedeciera Sus mandamientos desde el centro de sus corazones.  Pero tan que su resistencia creció, tan creció Su amor, hasta que fue mucho más que el solo deseo de tener una comunión más íntima con ellos que la relación entre maestro y siervo.  Dios sabía que el único camino que podría jamás cruzar por el vacio entre Su carácter completamente santo y el carácter pecador humano seria por Él mismo al pagar el precio que nosotros deberíamos pagar para satisfacer Su cólera y vindicar Su justicia.  Prometió mandar un libertador, a quien llamó el Renuevo, que traería el rescate para la raza humana en menos que un día.  Pero fue evidente que este libertador tuve que venir de Su propio ser si tuvo que pagar el precio supremo necesitado para asegurar el perdón del pueblo de Dios, y hacerlo solamente en unas pocas horas.

Dios recurrió a Su promesa a David que le daría a un hijo que gobernaría Su reino para siempre.  Acuérdese de lo que Dios dijo, “Yo le seré a el padre, y él me será a mi hijo” (2 Samuel 7:14).  También acuérdese de lo que fue señalado antes—esto no viene de un texto original cristiano, se halla en las Escrituras judías escritas muchos siglos antes de la era cristiana.  Lo que es importante aquí es que Dios fue dispuesto a dar a Su propio Hijo para alcanzar Su meta suprema—la completa absolución de todos que creerían en El por el perdón de sus pecados, y con eso, la dadiva gratuita de vida eterna.  Lo que vemos aquí es la ultima intención de Dios—recibir al hombre en la relación más intima —y lo que Él fue dispuesto hacer para alcanzarlo.  En pocas palabras, Dios fue dispuesto a enviar a Su propio Hijo para la salvación del mundo para que nosotros ya no fuéramos siervos indignos sino los hijos rescatados por Dios y herederos de Su reino eterno.  Dios fue dispuesto a entrar a los escondrijos más oscuros del mundo humano para que nosotros pudiéramos contemplar Su luz gloriosa.

Después de pasar por lo que debe de haber sido una experiencia extremamente dolorosa cuando Dios decidió rasgar a Su propio corazón para rescatarnos, Dios se permitió un momento breve para probar su resultado final.  Con gran gozo y alivio tangible declaró: “Y ellos serán mi pueblo, y yo seré su Dios.  Y les daré un corazón, y un camino, para que me teman perpetuamente, para bien de ellos, y de sus hijos después de ellos.  Y hare con ellos pacto eterno, que no tornaré atrás de hacerles bien, y pondré mi temor en el corazón de ellos, para que no se aparten de mi.  Y me alegraré con ellos haciéndoles bien, y los plantaré en esta tierra en verdad, de todo mi corazón y de toda mi alma” (Jeremías 32:38-41—enfasis agregada).  Procedió afirmar el perdón completo de todos sus pecados para que Le conozcan personalmente y vivirían con gran gozo a Su alabanza y gloria: “Y los limpiaré de toda su maldad con que pecaron contra mi; y perdonaré todos sus pecados con que contra mi pecaron, y con que contra mí se rebelaron” (Jeremías 33:8).  Nos ponemos en camino a la edad del glorioso pacto que Dios había prometido.

 

Jesucristo: Hijo de David, Hijo de Abraham

La cristiandad tiene la vista más pesimista de lo que los hombres son por naturaleza—liados en pecado y siervos a ello de tal alcance que no pueden exculparse a sí mismos – pero también tiene la vista más optimista de lo que hombres y mujeres pueden llegar a ser – hijos e hijas de Dios, nacidos de Su Espíritu Santo, transformados a Su imagen personal, y generando Su gloria por la eternidad.  No obstante, cuando el libertador supremo de Dios vino para lograr esto, su propio pueblo no le reconoció y su misión es todavía hasta el día de hoy pasada por alto y rechazada por innumerables millones.

Las 17 obras proféticas escritas al tiempo cuando Dios prometió el nuevo pacto fueron al cenit de las revelaciones de Dios al pueblo judío.  La promesa de un Mesías que vendría, un libertador, fue su esperanza final y suprema cuando serían concluidas las intenciones de Dios para la raza humana.  Después de estos libros no siguieron ninguno más.  Todo permanecía en silencio por unos cuatrocientos años.  Al tiempo que Jesús nació, la nación de Israel tenía expectaciones vivas del Mesías.  Un periodo similar de silencio, también un poco más de cuatrocientos años, había seguido las promesas de Dios a Abraham antes que el primer pacto fue introducido por Moisés.  Ciertamente el tiempo para la promulgación del nuevo pacto había llegado.  Israel esperaba con anhelo – y correctamente, como se reveló – que el Mesías aparecería a este tiempo.  Pero cuando llegó, solo pocos le reconocieron, mientras la nación en general le pasó por alto y, aun peor, le rechazaron.

Dios había promeso a un hijo a David que gobernaría su reino para siempre.  Un día cuando Jesús preguntó a los judíos: “¿Qué pensáis del Cristo?  ¿De quién es hijo?  Le dicen: De David” (Mateo 22:42).  Salomón, el hijo inmediato de David, fue el más prospero y poderoso rey.  En su día, Israel gobernaba su  mundo alrededor.  Paz prevalecía.  Ahora la nación esperaba a un rey nuevo que introduciría un reino similar, uno que no desaparecería nunca.  Esperaban que su rey-Mesías hiciera la nación judía la más poderosa y rica en la tierra.  Pero no habían dado en un punto crucial—y no tenían excusas por su falta.  Dios había promeso a un otro patriarca a un hijo mucho antes del tiempo de David y Salomón, quien también debía prefigurar a un hijo más grande en el futuro, y debieron dar más atención a Él, porque Él vendría primero.

Usted no tiene que buscar mucho en las Escrituras Cristianas (el Nuevo Testamento) para descubrir quien fue.  Solo lea el primer versículo de su primer libro, el Evangelio de Mateo.  El primer texto de todas las Escritures Cristianas es: “El libro de la generación de Jesucristo, hijo de David, hijo de Abraham” (Mateo 1:1).  Fue el hijo de Abraham a quien deberían haber anticipado primero.  Hemos mirado por algo tiempo al hijo que Dios prometió a Abraham, a saber, Isaac, el hijo de su esposa Sarah.  Cuando Abraham le llevó al Monte Moriah para sacrificarle, Isaac le dijo: “He aquí el fuego y la leña; mas ¿dónde está el cordero para el holocausto?” (Génesis 22:7)  Abraham respondió: “Dios se proverá el cordero para el holocausto, hijo mío” (Génesis 22:8).  El hebreo original es más enfático – dice efectivamente, ‘Dios dará de Sí mismo el cordero para el holocausto.’  En realidad Abraham dijo a Isaac “Mi hijo, tu eres el holocausto, pero se valiente.  Tu solo eres un tipo de un otro que vendrá.  Un día Dios dará de Sí mismo el cordero verdadero como holocausto.”

Juan el Bautizador (Yahya en Islam), mirando a Jesús cuando iba un día, proclamó: “He aquí el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo” (Juan 1:29), identificando al cordero de que habló Abraham.  Otro día Jesús mismo dijo a los judíos que argumentaban con El: “Abraham vuestro padre se regocijó de ver mi día; y lo vió, y se gozó” (Juan 8:56).  Claramente pensó al momento cuando Abraham había dicho: “Dios se preverá el cordero para el holocausto, hijo mío.”

Abraham previó todo el Evangelio cristiano.  Isaac nació del Espirito en únicas circunstancias, así Abraham supo que el Hijo de Dios seria también nacido de una manera única (Jesús nació de una virgen).  Abraham pensó sacrificar a Isaac, sabiendo que el Hijo de Dios seria sacrificado también.  Abraham creyó que Isaac se levantaría de los muertos.  Así previo la resurrección del Hijo de Dios.  No es milagro que leemos que la Escritura “predicó antes el evangelio a Abraham” (Gálatas 3:8).

Cada vez que se pregunta “¿Cual es la dadiva más grande que Dios te ha dado jamás para mostrar Su amor para ti?” algunos podrían decir, “mi salud”, otros “mis niños,” o todavía otros, “El respondió a mis oraciones y me ayudó cuando pasé por una dificultad terrible.”  Todas estas son buenas respuestas, muestran la misericordia de Dios en mantener a nosotros y en cuidarnos.  Pero ningunas de estas Le costaron algo, no son evidencias de alguna profundidad de amor en Su corazón por nosotros.  Pero si diera a Su Hijo para morir por nosotros para que recibamos la vida eterna como una dadiva, perdonarnos por todos nuestros pecados, y podríamos conocer a Dios personalmente, sería la más grande dadiva que El podría dar, porque vendría al más alto precio a Si mismo.  ¡Y esto ocurrió exactamente cuando Jesús vino al mundo!  Como uno de Sus más famosos discípulos el apóstol Pablo lo expresó: “Es que no escatimó ni a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros, ¿cómo no nos dará también con El todas las cosas?” Romanos 8:32).

Eso fue el precio supremo que Dios fue preparado a pagar para ganar el más alto tesoro que anhelo – un pueblo limpiado y perdonado en quien Su propio Espíritu Santo podría morar cómodamente.  Cuando Jesús murió en la cruz, Su coraje fue agotado contra los pecados de todos los que completamente creerían en El.  El problema pecado-santidad, que había causado tanto trauma en el tiempo de Moisés y en la generación venidera fue resuelto.  La puerta fue abierta para cumplir todas estas maravillosas cosas que Dios había prometidos por Jeremías y Ezequiel.

Los verdaderos creyentes cristianos no solo creen en Dios.  Si eso fuera todo, no tendrían un mensaje especial para sus compañeros musulmanes monoteístas.  Pero sí que tienen un mensaje muy especial para todos los que viven en la tierra, incluso musulmanes. Jesucristo, el Hijo de Dios, cumplió las esperanzas de todos creyentes verdaderos, cuando sacrificó Su vida por su rescate.  Abel sacrificó la sangre de sus corderos para simbolizar su esperanza en la salvación venidera de Dios.  Abraham fue preparado a sacrificar a su hijo y compartir su sangre como una sombra y prueba del amor profundo del Dios quien fue dispuesto hacer lo mismo por él en el futuro. Moisés ordenó a cada familia israelita poner la sangre derramada de un cordero en el dintel y los postes de sus puertas, simbolizando la crucifixión del Hijo de Dios venidero por su liberación eterna.

Por consiguiente, nuestro mensaje a los musulmanes y a todo el mundo es esto – en Jesús hemos recibido la salvación de Dios, nos fue dado el perdón completo de nuestros pecados, hemos llegado a ser los hijos de Dios, hemos recibido al Espíritu de Dios, somos herederos del reino de Dios, y lo más importante, hemos llegado a conocer a Dios como Su pueblo salvado y rescatado.

Cuando Dios habló a Moisés, su rostro brillaba, reflejando la presencia inmediata de Dios delante de él y entre su pueblo.  La gloria de Dios fue manifestada en el primer templo judío cuando Salomón lo dedicó a Dios, demostrando otra vez que Dios fue presente entre Su pueblo de un modo muy especial.  Pero cuando Jesús, Hijo de Dios, se encontraba entre Su pueblo, la manifestación llegó a una nueva dimensión.  Llevó aparte a tres de Sus discípulos en una montana, y de repente fue transfigurado delante de ellos.  Su rostro brillaba como el sol, y Su ropa se hizo blanca como la luz (Mateo 17:2).  Esta vez la gloria excedió mucho a sus manifestaciones al tiempo de Moisés y Salomón, pero siguió aun más.  Jesús mismo fue transfigurado.  La gloria brillaba a través de Él.  No la reflejó ni la vio, la generó de dentro de Sí Mismo en esplendor imponente.  Cuando el Hijo de Dios tomó forma humana, Dios y hombre fueron unidos para siempre.  Veremos pronto como en la eternidad los seguidores de Jesús también generarán la misma gloria de dentro de sí mismos.

En todas las otras religiones monoteístas la imagen de Dios es casi la misma.  El reveló Sus leyes, quiso obediencia de Sus siervos.  Luego dobló Sus brazos, mirando y esperando a ver lo que seguiría.  Eso es la religión de Caín y genera el monoteísmo formal.  Pero en cumpliendo las esperanzas de Abel, Abraham y Moisés, a quienes fue dispuesto de llamar Sus amigos, Dios descendió de Su trono, abrió Sus brazos, los extendió a toda la tierra, Se humilló y visitó a nuestro mundo, pagando el precio supremo para mostrar Su amor eterno y perfecto por nosotros, y para darnos la garantía de un lugar en Su reino celestial.

Los judíos no dieron en el Hijo de Abraham.  No pudieron ver que el Mesías debía venir primero como su hijo, en humildad completa, para ser sacrificado por nuestro rescate.  Pablo lo dice con estas palabras: “Haya, pues, en vosotros este sentir que hubo también en Cristo Jesús; el cual, siendo en forma de Dios, no tuvo por usurpación el ser igual a Dios; sino que se despojó a sí mismo, tomando forma de siervo, hecho semejante a los hombres; y hallado en la condición de hombre, se humilló a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz” (Filipenses 2:5-8).

Abundan las profecías de la muerte sacrificial del Mesías en las Escrituras judías.  La mayoría de ellas fueron escritas por David e Isaías siglos antes que vino Jesús.  Muchas predijeron las circunstancias de Su muerte en fino detalle (Salmo 22:1-21, 69:1-29), mientras que otras declararon la intención de Su sacrificio – rescatar al mundo de sus pecados – en lengua explicita e inconfundible (Isaías 53:1-12).  Los profetas no sabían precisamente lo que estaban prediciendo, pero sabían que fue para generaciones venideras.  Como lo escribió el apóstol Pedro: “Acerca de esta salvación inquirieron y diligentemente indagaron los profetas que profetizaron de la gracia que había de venir a vosotros, escudriñando cuando o en qué punto de tempo indicaba el Espíritu de Cristo que estaba en ellos, cuando prenunciaba los sufrimientos de Cristo, y las glorias después de ellos.  A los cuales fue revelado, que no para sí mismos sino para nosotros, administraban las cosas que ahora os son anunciadas por los que os han predicado el evangelio por el Espíritu Santo enviado del cielo; cosas en las cuales desean mirar los ángeles” (1 Pedro 1:10-12).

Muchas predicciones de Su reino en gloria como el Hijo de David que vendrían también llenan las páginas de estas mismas Escrituras.  A veces las predicciones del Mesías que vendrían como el hijo sufriente de Abraham fueron puestas entre otras que predijeron Su gloria celestial, así los judíos ni tenían disculpa.  He aquí un ejemplo típico: “He aquí que mi siervo será prosperado, será engrandecido y exaltado, y será muy enaltecido (hijo glorioso de David).  Como se asombraron de ti muchos, de tal manera fue desfigurado de los hombres su parecer; y su hermosura más que la de los hijos de los hombres (hijo sufriente de Abraham); así El rociará muchas naciones; los reyes cerrarán ante El la boca; porque verán lo que nunca les fue contado, y entenderán lo que jamás habían oído” (Isaías 52:13-15).

Después de mostrar como el hijo mayor de Abraham, Jesucristo, no solo se humilló a Si mismo, pero aun estuvo dispuesto a ser humillado por Su muerte en una cruz, Pablo concluye: “Por lo cual Dios también le exaltó hasta lo sumo, y le dio un nombre que es sobre todo nombre; para que al nombre de Jesús, se doble toda rodilla; de los que están en el cielo, y en la tierra, y debajo de la tierra, y toda lengua confiese que Jesucristo es el Señor para la gloria de Dios Padre” (Filipenses 2:9-11 – énfasis agregada).

Jesús dio cada indicación a los líderes judíos de Su tiempo quien era Él en realdad, y que Su venida había sido predicha claramente.  Moisés escribió de Él (Juan 5:46).  Abraham se regocijó que vería Su día (Juan 8:56).  David, inspirado por el Espíritu, le había llamado su Señor (Mateo 22:43).  Deberían haberle conocido y reconocido.

No obstante, en la noche antes de Su crucifixión, Jesús dijo a Sus propios discípulos: “Nadie tiene mayor amor que este, que uno ponga su vida por sus amigos.  Vosotros sois mis amigos, si hacéis lo que yo os mando.  Ya no os llamare siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su señor; mas os he llamado amigos, porque os he dado a conocer todas las cosas que he oído de mi Padre” (Juan 15:13-15).  El ciclo de Dios fue completo.  Había llamado a Abraham Su amigo.  Había hablado cara a cara a Moisés como un hombre habla a su amigo.  Así ahora Jesús pudo hablar a todos Sus discípulos presentes como los amigos verdaderos de Dios.  Su muerte y resurrección inminentes debían abrir la puerta, finalmente, para todo el pueblo de Dios a conocerle personalmente, a ser perdonados de sus pecados, a amarle con todos sus corazones, y finalmente a ser glorificados a Su propio nivel.  Esto fue lo que Dios había deseado lo más profundamente, y para lo que Él había sufrido tanto.

El Espíritu Santo: La Presencia Inmanente de Dios

Después de que Jesús resucitó de los muertos, apareció a Sus discípulos en varias ocasiones.  El cuadragésimo día ascendió al cielo después de decirles, “Y he aquí, yo enviaré sobre vosotros la promesa de mi Padre; mas vosotros quedaos en la ciudad de Jerusalén hasta que seáis investidos con poder de lo alto” (Lucas 24:49).  Identificó este poder muy claramente: “Mas vosotros series bautizados con el Espíritu Santo no muchos días después de estos” (Hechos 1:5).  Diez días después de Su ascensión, cuando los discípulos estaban juntos en Jerusalén, “vino un estruendo del cielo como de un viento recio que corría”  y de repente “fueron todos llenos del Espíritu Santo” (Hechos 2:2-4).

El deseo más profundo de Dios, entrar en una relación más intima con su pueblo, fue cumplido cuando Su propio Espíritu descendió en los discípulos de Jesús.  Fue el comienzo de la nueva edad de oro. Dios y hombre unidos uno al otro – ¡por toda la eternidad!   El cenit de Su meta suprema fue logrado.  Mientras que Jesús, el Hijo de Dios, había andado en forma humana entre los Israelitas, Dios fue presente con Su pueblo en un modo personal mucho más intenso e intimo que jamás había estado al tiempo de Moisés.  Pero ahora cuando el Espíritu Santo vino a vivir en los corazones del pueblo de Dios y a permanecer allí hasta la vuelta de Jesús, Dios se hacía presente en Su pueblo, residente en los más profundos lugares de sus corazones.

Los creyentes cristianos verdaderos, nacidos del Espíritu de Dios, conocen a Dios personalmente.  Permiten Su Espíritu examinar las profundidades de sus corazones, de arrojar toda falta de honradez, malicia, arrogancia, orgullo, codicia, y suficiencia de sí mismo como religioso.  Tienen garantía absoluta de vida eternal. Saben que todos sus pecados ya han sido perdonados.  Aman al Señor con todos sus corazones.  Saben que Dios es digno de sus afecciones más profundas, porque El pagó el precio supremo para rescatarlos.  Cuando ven este amor perfeccionado en el sacrificio de Su Hijo, son libres para amarle con todos sus corazones, almas y mentes. Nada está entre ellos y el reino del cielo.

El apóstol Pablo habló a los primeros creyentes cristianos verdaderos así: “Mas ahora, conociendo a Dios,” (Gálatas 4:9 – énfasis agregada).  Esto muestra claramente que fue el buen gozo de Dios de abrir la puerta para el por ser conocido, y no fue algún esfuerzo religioso por el hombre que le trajo en esta posición.  Tú también puedes conocer a Dios personalmente – si quieres cometerte a Jesucristo y recibir la plenitud de Su salvación.

La fe de Abraham, perfeccionada en su voluntad de sacrificar a su hijo, fue una reflexión maravillosa de la fidelidad de Dios mismo.  Pero la dádiva de Dios de Su Hijo como un sacrificio por nuestro rescate es la prueba perfecta de Su amor intenso para nosotros.  “En esto se mostró al amor de Dios para con nosotros, en que Dios envió a su Hijo unigénito al mundo para que vivamos por El.  En esto consiste el amor; no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino que El nos amó a nosotros, y envió a Su Hijo en propiciación por nuestros pecados” (1 Juan 4:9-10).

Jesús dijo “El que no naciere otra vez, no puede ver el reino de Dios” (Juan 3:3).  Esto te incluye a ti.  Ser nacido de Dios es el único camino para cada hombre, en cada tiempo, en cada edad, de ser liberado de su pecado y de hacerse ciudadano del cielo.  La fe verdadera, la fe de Abel, es la sola religión verdadera del mundo, si puede llamarse una religión.  En realdad es una fe viva, una respuesta a la fidelidad de Dios finalmente y completamente revelada en Su salvación por Jesucristo.  Aludiendo a la declaración de Dios que Abraham fue justo en Su vista puramente porque había creído en Su fidelidad, Pablo dice: “Y que le fue imputado, no fue escrito solamente por causa de él, sino también por nosotros, a quienes será imputado, esto es, a los que creemos en el que levanto de los muertos a Jesús nuestro Señor, el cual fue entregado por nuestras transgresiones, y resucitado para nuestra justificación” (Romanos 3:23-25).

Así Pablo continua: “De modo que si alguno está en Cristo, nueva criatura es; las cosas viejas pasaron; he aquí todas son hechas nuevas” (2 Corintios 5:17).  El pueblo verdadero de Dios son los que han creído en Jesús, el Hijo de Dios, y que han recibido Su última promesa, el Espíritu de Dios.  Los cristianos que leen el Qu’ran son sorprendidos muchas veces por las frases extraordinarias en este libro que actualmente confirman esto.  El Qu’ran viene tentadoramente cercana a reconocer esta revelación.  Primero, dice que un ángel apareció a la madre de Jesús y le dijo: “O María, ciertamente Alá te da buenas noticias de una palabra de Él que se llama el Mesías, Jesús hijo de María” (Surah 3:44).  En el árabe original las palabras decisivas son kalimatim-minhu, “una palabra de Él.  Nota que las palabras minhu… “de él” – quieren decir que Jesús vino de Dios mismo.  No usa esta expresión (minhu) para alguna otra personalidad en un contexto similar.

La puerta está abierta para ti de creer en el Redentor de Dios, Jesucristo, y de entrar en una relación personal con El por recibir al Espíritu Santo.  Todo lo que exige es un acto supremo de fe comprometida – creer en Jesucristo como tu Señor y Salvador.

En años recientes se ha preguntado muchas veces a musulmanes tres preguntas cruciales.  Primero, ¿conoce usted a Dios personalmente?  ¿Ha entrado usted en la suprema de todas las relaciones – una relación viva y personal con Él?  Segundo, ¿son perdonados sus pecados por Su sacrificio?  ¿Es limpiado usted no solo de su culpabilidad de todos sus pecados, mas también de su poder?  Al fin, ¿ama usted a Dios con todo su corazón, toda su alma, toda su mente, y toda su fuerza?  ¿Tiene usted evidencia verdadera que Dios debe verdaderamente ser amado, que ha dado algo magnifico para probar Su amor por usted, y exige solo que usted vuelva por Su amor respondiendo en amor cordial?

He recibido una variedad de respuestas a estas preguntas, pero recientemente una joven mujer musulmana me dio tres respuestas que para mi reflejan correctamente las solas respuestas verdaderas que un musulmán puede dar según la teología de Islam.  Primero dijo: “Según Islam es imposible conocer a Dios personalmente.  Usted puede creer en Alá, orar a Él, adorarle, pero no conocerle jamás.”  Siguió: “Es también imposible saber que usted es perdonado de todos sus pecados.  Usted puede orar por perdón, intentar obedecer las leyes de Alá, esperar en su merced, pero usted nunca puede saber seguramente en esta vida que usted es perdonado.”  Al fin dijo: “¿Amo a Dios con todo mi corazón?  No he nunca pensado en ello.  Creo en El, quiero servirle – pero, ¿quiero amarle? Esto nunca cruzó por mi mente.” 

La buena noticia es que todos los tres son abiertos a ti.  Es Dios verdadero quien rompió las barreras entre Él y los hombres y las mujeres pecadores, cuando Jesucristo murió por los pecados del mundo.  La puerta fue abierta para todos los creyentes verdaderos por recibir a Su Espíritu Santo y por vivir solamente por fe en El (la fe de Abel), en vez de intentar en vano recomendarse a sí mismos a Él por una adherencia de esclavo a rutinas y rituales religiosos fijos (la religión de Caín).  Puedes conocer a Dios personalmente, puedes ser perdonado por todos tus pecados, y puedes amarle con todo tu corazón, alma y mente.  Estos son las llaves a la vida eternal.

La fe de Abraham reflejó la fidelidad de Dios.  Brilló como la luna en respuesta a la luz del sol.  Pero los creyentes verdaderos pueden hacer mucho más que esto.  Pueden generar el amor de Dios para devolverlo a Él.  Brillarán como pequeños soles en el reino del cielo.  Jesús dijo: „Entonces los justos resplandecerán como el sol en el reino de su Padre”  (Mateo 13:43 – énfasis agregada).  Los ángeles seguirán reflejando la gloria de Dios cuando vendrá este día, pero los cristianos verdaderos van a generarla volviéndola a Él.  Los ángeles son los siervos de Dios del cielo, pero el pueblo rescatado de Dios en la tierra son Sus hijos e hijas.  Manifestarán la presencia verdadera del Espíritu Santo en sí mismos.  Su luz brillará de dentro de ellos en esplendor puro y transparente.  No es de extremarse que Pablo habló de “lo que ojo no ha visto, ni oído ha escuchado, ni han subido en corazón de hombre, las cosas que Dios ha preparado para los que le aman” (1 Corintios 2:9).

Por fe en Jesús, y solamente por esta fe, tú puedes llegar a ser un hijo verdadero de Dios, conocerle personalmente, ser perdonado de todos tus pecados, y ser heredero de la vida eternal.  Jesús dijo: “Yo soy el camino, la verdad y la vida; nadie viene al Padre, sino por mi” (Juan 14; 6).  Asegura para todos los creyentes cristianos: “A quien amáis sin haberle visto; en quien creyendo, aunque al presente no le veáis, os alegráis con gozo inefable y glorioso; obteniendo el fin de vuestra fe, que es la salvación de vuestras almas” (1 Pedro 1:8-9).

La puerta está abierta para todos los seres humanos en la tierra, no importa cuáles sean sus antecedentes, a pesar de todos sus pecados, por horribles que sean.  Pueden recibir la merced perfecta de Dios en esta edad de gracia, y llegar a ser los heredares de Su reino eterno.

Como lo dijo Jesús: “Yo soy la puerta: el que por mi entrare, será salvo; y entrara, y saldrá, y hallara pastos” (Juan 10:9). Esta puerta estará abierta hasta que El vuelve.  Ahora permanece abierta para ti.